Miércoles, 18 de Junio del 2025

Vivir Hoy
Cuando los medios tecnológicos eran limitados hace unos años atrás, la familia se reunía frente a una fuente emisora, ya sea radio, televisión, libros, revistas o simplemente historias y anécdotas. Ese espacio en el que muchos crecieron, congregaba a la familia y amigos en torno al compartir un espacio común. Así también, la comunicación a distancia no era posible si es que no se contaba con un teléfono que tenía una campanilla estridente muchas veces, teniendo un costo alto por cada llamada. Como ese costo no podía ser absorvido por muchas personas, se recurría al medio mas antiguo: las cartas enviadas por correo. Cada vez que alguien quería comunicarse con otra persona que se encontraba en zonas geográficas distantes, o debía trasladarse físicamente por medio de buses o vehículos, o por medio de la carta. Esa misiva que muchas veces venía impregnada de perfume que más de algún enamorado esperaba con ansias, tenía la misión de comunicarle a la otra persona que era importante. Desde que se pensaba en esa persona, y siendo día hábil, el impulso siguiente era escribir una carta, comprar una estampilla y dejarla en un buzón de correos de Chile. Después de más menos una semana, llegaba una respuesta y se podía tener noticias de esa otra persona. El proceso comunicacional, en aquellos tiempos, requería de tres factores individuales fundamentales: la confianza, la paciencia y la esperanza. No había ambición por saber, sino que se cultivaba el creer y confiar.
Un niño que crecía en ese espacio tenía distintas características: respeto al adulto modelo, concentración de valores positivos hacia los demás, honestidad, respeto a las normas y a la autoridad, creatividad, disciplina, entre otros. La responsabilidad era transversal y “la palabra” tenía un valor intransable horizontal y vertical.
En cincuenta años la tecnología avanzó considerablemente y “acortó las distancias; sin embargo, su llegada generó distancias siderales entre las personas y en aquello que es esencial: lo trascendente.
Reflexión:
Hemos dejado de ser vistos por ese otro significativo. La sociedad actual da por hecho, no lo que el otro expresa, sino lo que interpreta del otro con base a su propia necesidad. Vivimos tiempos en que ya no escuchamos al otro desde su legítimidad de tal. Se vive en muchas personas una suerte de nihilismo contemporáneo, en donde hay un culto exagerado al EGO. Culto a lo estético para llegar a estereotipos inalcanzables. Vivimos anhelando aquello que no tenemos, mas que valorar aquello que tenemos y somos por esencia.
Conocemos personas por medio de Redes Sociales en tiempo real, nos contactamos por mensajería de texto antes de preferir una llamada al menos de ese otro significativo. Formamos parte de un gran catálogo virtual en el cual pretendemos ser vistos por otro para sentirnos validados. Los filtros fotográficos, han terminado por desdibujar lo que efectivamente somos y esperamos la reacción inmediata de un otro que no existe en nuestro presente. El objetivo de la actividad física, ya no es la mente sana, sino que precisamente todo lo contrario. Damos como cierto y real precisamente aquello que no lo es y muchos se aferran a lo material a modo de conservar cierto estatus social o una seguridad que le aleja del sí mismo. Egoísmo es una palabra que muchos rechazan. Ser tachados de egoístas pareciera que fuese un insulto puesto que estéticamente no se ve bien que lo sea; sin embargo, es la acepción correcta para definir un culto al ego, que no le permite visibilizar al otro desde su legitimidad, sino que abrazar apegos materiales que le llevan a creer que vive en la penumbra de una vida inerte.